10 de setembro de 2017

Las Fuerzas Extrañas

Leopoldo Lugones
Las Fuerzas Extrañas (1906)

A obra de Leopoldo Lugones estende-se à poesia, ao ensaio, aos estudos académicos e também à narrativa breve, onde foi um brilhante percursor dessa tradição argentina à qual se dedicou durante mais de quarenta anos. Esta faceta está reunida, de forma não exaustiva, em quatro livros publicados entre 1905 e 1924.
Las Fuerzas Extrañas é um desses livros, composto por doze contos seguido de uma cosmogonia esotérica, escritos entre 1897 e 1906; três ou quatro contos seguem uma linha de proto-FC com afinidades a H.G. Wells e os restantes debruçam-se sobre questões parapsicológicas ou metafísicas, ou remetem para o campo mitológico ou lendário, alguns deles em aproximação ao universo de Edgar Allan Poe. Cada um destes doze contos, segundo o prefácio, explora temas caros à teosofia. O texto final tem características diferentes: é a transcrição de um relato, em dez lições, a que se somam um prólogo e um epílogo dados pelo ouvinte desse relato, destinado a fornecer o enquadramento teórico geral para os textos que o precedem.
Las Fuerzas Extrañas vinha referenciado como um pioneiro da ficção-científica argentina. Mas não será bem assim – no cômputo geral insere-se melhor na literatura fantástica de tradição romântica. De grande utilidade é o “estudo preliminar”, à laia de prefácio, de Pedro Luis Barcia, que analisa detalhadamente cada um dos textos e fornece o adequado contexto.

Apenas dos o tres especies de aves cuyas alas no tenían plumas, sino escamas como las de las mariposas, y cuyo tornasol preludiaba el oro inexistente, remontaban su vuelo por la atmósfera fosfórica.
Era ella tan elevada, y el vuelo tan vasto, que las llevaba cerca de la luna. El arrebato magnético del astro solía embriagarlas; y como éste poseía entonces una atmósfera en contacto con la terrestre, afrontábanla en ímpetu temerario yendo a caer exánimes sobre sus campos de hielo.
Una vegetación de hongos y de líquenes gigantes arraigaba en las aún mal seguras tierras; y no lejanos todavía del animal, en la primitiva confusión de los orígenes, algunos sabían trasladarse por medio de tentáculos; tenían otros, a guisa de espinas, picos de ave, que estaban abriéndose y cerrándose; otros fosforecían a cualquier roce; otros frutaban verdaderas arañas que se iban caminando y producían huevos de los cuales brotaba otra vez el vegetal progenitor. Eran singularmente peligrosos los cactus eléctricos que sabían proyectar sus espinas.
Los elementos terrestres se encontraban en perpetua inestabilidad. Surgían y fracasaban por momentos disparatadas alotropías. La presión enorme apenas dejaba solidificarse escasos cuerpos. Las rocas actuales dormían el sueño de la inexistencia. Las piedras preciosas no eran sino colores en las fajas del espectro.
Así las cosas, sobrevino la catástrofe que los hombres llamaron después diluvio; pero ella no fue una inundación acuosa, si bien la causó una invasión del elemento líquido. El agua tuvo intervención de otro modo.

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