10 de outubro de 2017

Tesla y la Conspiración de la Luz

Miguel A. Delgado
Tesla y la Conspiración de la Luz (2014)

O nome de Nikola Tesla está associado ao campo magnético alternado, que tornou possível a electricidade na forma de corrente alterna. Na sua época, Thomas Edison, talvez o mais prolífico inventor de todos os tempos, insistia erradamente na via da corrente contínua. Tesla era, talvez, mais visionário que Edison (com quem chegou a trabalhar) – veja-se, por exemplo as suas experiências com a ressonância –, mas, em lugar de se ter dedicado a grandiosos projectos que nunca foram levados à prática, se tivesse seguido o caminho de Edison, que se concentrou na massificação das suas invenções, talvez hoje o seu nome fosse mais reconhecido (a sua personalidade excêntrica e solitária também não o ajudou). Há mesmo quem pense que, se tivesse sido levado a sério, a sua física nos teria conduzido a um mundo diferente...
Este livro leva-nos a um 1931 paralelo, a uma Nova Iorque onde as ideias visionárias de Tesla se converteram em realidade e transformaram os EUA numa potência tecnológica (ainda) mais avançada. O Titanic não se afundou, a Grande Guerra foi ganha com a ajuda de autómatos norte-americanos, Trotsky está à frente da União Soviética, a energia eléctrica sem fios (transmitida por ondas) é abundante e barata, os céus são cruzados por enormes fusos – os “oceânicos” – dirigidos por feixes eléctricos, existem tantos veículos citadinos terrestres como aéreos, a iluminação nocturna é dada por uma aurora artificial, e o controlo do clima é uma realidade. O tempo é de prosperidade e segurança (a crise bolsista de 1929 não passou de um leve solavanco), porém, tudo isto é atribuído a Thomas Edison, herói nacional, detentor de um poderosíssimo conglomerado industrial, partilhado por Marconi e J.P. Morgan Jr., enquanto Tesla vive isolado e na pobreza.
A história gira em torno de Edgar Kerrigan, um jovem de 19 anos, um estafeta de entregas porta-a-porta, que no seu trabalho tripula um “aéreo”, mas ambiciona vir a ser piloto de “oceânicos”. Tem por Edison uma admiração ilimitada, mas as circunstâncias vão fazê-lo presenciar o ruir do relato em que sustentava a sua vida e as suas ambições. Com a morte de Edison há, aparentemente, quem pretenda desmascarar o mito e devolver a Tesla o lugar que lhe é devido, colocando em risco interesses instalados. Mas sob esse pretexto está uma gigantesca conspiração que visa apenas tomar o poder e exercer a vingança.
Tesla y la Conspiración de la Luz é, assim, uma interessante incursão no subgénero da história alternativa, ou da realidade paralela, com personagens históricas conhecidas mas onde os eventos divergem daqueles que conhecemos. Trata-se do primeiro romance de Miguel Ángel Delgado, escritor e jornalista, divulgador da figura e do legado de Tesla e co-comissário de uma grande exposição, apresentada em Madrid no mesmo ano da publicação deste livro, dedicada ao génio do inventor sérvio.

Otro sonido metálico, similar al anterior, le hizo volverse instantáneamente, cuando estaba empezando a sentarse de nuevo en su terrestre. Esta vez había sonado más cerca, en la otra fila. Y no se extinguió de manera inmediata. Quedó algo, un leve zumbido, casi imperceptible, que permaneció en el ambiente, al límite de lo audible. Un sonido que simulaba desaparecer cuando le prestabas atención, pero que volvía a estar presente en cuanto lo abandonabas, como hacían los gatos, en su infancia, cuando los perseguía.
De improviso, el mismo sonido se multiplicó, más cerca, más lejos, chasquidos metálicos que recorrieron las formaciones de autómatas. Y la suma de los zumbidos, apenas perceptibles por sí solos, formó una masa perfectamente audible, creciente, de mecanismos en espera...
... que ya no era lo único que surgía de allí. También había movimiento.
Al principio, fue más una intuición que una visión real. Hasta que percibió claramente cómo una de las decenas de cabezas que formaban en aquel almacén se alzaba y giraba con lentitud. A los ruidos mecánicos, se unieron otros prolongados, neumáticos, de articulaciones desperezándose, de sistemas recolocándose para abandonar su estado de hibernación.
Y finalmente, la luz. Desde un rincón, cuando los primeros focos de los grandes e inhumanos ojos se prendieron. Y luego, como una marea que fuera extendiéndose por la oscuridad, de las formaciones enteras que comenzaban a elevarse, mientras las máquinas abandonaban sus posiciones semiflexionadas para alzarse sobre sus poderosas patas.
Demasiado, en todo caso, para Jonathan, que logró superar la parálisis de su boca abierta y su cuerpo inmovilizado para saltar, no sin antes perder la linterna por el camino (no la necesitaba, el almacén entero era ya un hervidero de luz, ruidos y vida mecánica), hasta su terrestre y arrancarlo.
Nunca le pareció más lento aquel vehículo, apenas una modificación de los que los oficiales empleaban en los campos de golf, ridículo mientras intentaba alcanzar, con dificultad, el portalón de salida. No se atrevió a mirar hacia atrás; los retrovisores apenas dejaban ver otra cosa que grandes pechos metálicos, brazos potentes con ametralladoras y tenazas, cabezas grotescamente pequeñas con los focos de los ojos mirando en la misma dirección que él, la de salida.
Finalmente, ganó el exterior. Por un momento, se engañó pensando que todo seguía igual, que lo ocurrido en aquel almacén era tan sólo una alucinación, un momentáneo error que pronto sería devuelto al estado previo, el que debía tener. Pero no tardó en comprender que no sería así, que estruendos similares estaban surgiendo de los otros almacenes. Y, de hecho, pudo ver cómo las primeras formas levemente humanoides, pequeñas por la distancia, estaban saliendo del más alejado.
Procedió a girar el vehículo para moverse en el sentido contrario, en busca de refugio en el edificio del regimiento. Pero, en ese momento, el terrestre se detuvo, quedó muerto por más que intentara girar un volante que se había quedado inmóvil como una piedra. Las pequeñas luces de posición y el foco delantero se apagaron.
Y no sólo ellos: la entera iluminación del complejo dejó de funcionar. Todo lo que podía abarcar su vista se desvaneció. Hacia delante, fue como si una mano oscura descendiese sobre las instalaciones de Fort Dix, un viento helado suficiente para apagar de una sola vez miles de pequeñas velas de cumpleaños. Ante los ojos asombrados de Jonathan, la mancha de negrura se extendió más y más hacia el horizonte, y pronto sólo algunos resplandores a lo lejos, lo que llegaba hasta allí del gran conglomerado de la metrópolis de Nueva York, parecía arañar algo de la repentina oscuridad.

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